Los viejos médicos de cabecera, tras escuchar con paciencia durante décadas cientos de miles de confesiones de sus pacientes, suelen decir con sincera humildad: "Nada humano me es ajeno". Y precisamente lo más humano de nuestra mente son nuestros sentimientos, algunas veces, muy pocas, confesables y muchas otras, la mayoría, inconfesables. Estos últimos, los más íntimos, son los más verdaderos.