domingo, 23 de febrero de 2020

LE HABÍA SIDO NEGADO UN NUEVO DIA...


 Atardecieron los días de sus recuerdos,
y el oscuro y gélido manto de la noche
reinó para siempre en su pasado.
 
Nunca más habría en él 
una nueva madrugada.
Nunca más renacería 
como el ave fénix.
Nunca más volvería 
a emocionarse su alma.
Le había sido negado un nuevo día.
 

¿Dónde estaba la luz
que iluminaba sus ojos cada mañana?
¿Dónde las ilusiones de su infancia?
¿Dónde las emociones y alegrías?
¿Dónde la inocencia?
 ¿Dónde las esperanzas?
¿Quién se las había robado?

En vano escudriñó su mente, 

pero nada halló en ella,
estaba vacía de recuerdos.
Se había esfumado su pasado
y su presente no existía.
Miró angustiado hacia delante,
pero no pudo avistar ninguna luz.


Todo en él se oscureció,
todo en él se hizo noche
y ya no hubo más futuro.
Había llegado su hora,

el final de su camino,
y más allá ya nada había,
sólo huera negritud.

lunes, 20 de mayo de 2019

La luna le echó una mano a la lince sevillana


Le echó una mano la luna
a la lince sevillana
en aquella noche bruja,
más cruel que la peor suerte,
más fría que la venganza,
más negra que la vil muerte.
Oh, hambre que la torturas,
en esta agreste llanura
con el aroma de jaras
con el perfume de pinos,
sobre esa tierra tan dura
de su lóbrego destino.

Le echó una mano la luna
a la lince sevillana.
La piel pegada a los huesos
y el vientre inexistente,
con sus ubres arrugadas,
el desespero en el alma,
la pena en su mirada
y la angustia en la garganta,
por sus hijos que la esperan,
que sus vientritos ya rugen,
que en ellos no entra nada,
desde hace una semana.


 Le echó una mano la luna
a la lince sevillana
en la negritud espesa
de aquella noche calmada,
con la acariciante brisa,
con el canto de la rana,
con el ulular del oto
y el destello de una estrella.
A su delicado olfato
llegó por fin el aroma
de un regalo inesperado,
oh, liebre, bendita liebre.

Le echó una mano la luna
a la lince sevillana.
Liebre buscando pareja,
que sus feromonas lanza,
al aire que la rodea.
En su encarnada sangre,
en las venas que la llevan,
hierve, más bien borbotea
el amor de primavera.
La lince madre la huele.
De su alma saca fuerzas
que no de sus carnes hueras.

Le echó una mano la luna
a la lince sevillana.
Su corazón late fuerte,
tal vez por fin esta noche
sus hijos mamarán leche
de sus ocho ubres secas.
Ya salta sobre la liebre,
ya le hinca uñas y dientes,
ya su pescuezo revienta,
ya su sangre saborea
y su estómago se alegra,
y sus mamas se despiertan.
 

Le echó una mano la luna
a la lince sevillana.
A la sombra de una encina,
sobre la hojarasca fresca,
sus hijitos ronronean
y sus garritas le clavan
masajeando sus tetas.
Están llenando sus vientres,
con la leche deliciosa
de la sangre de la liebre.
Oh, madre lince valiente,
que la muerte no te vence.

Le echó una mano la luna
a la lince sevillana. 
Lincitos que ya retozan
y salen de caza en juegos
con sus vientritos rellenos,
mientras su madre les lame
y mira al cielo aliviada.
Vivirán todos un día,
podrán dormir otra noche,
hasta el hambre de mañana.
La luna le echó una mano
a la lince sevillana.